Nava del Rey y su obra artística: el
reflejo de una importante sociedad
“S.M. el Rey se ha dignado expedir con fecha de ayer 7 el Real Decreto siguiente:
Accediendo a la petición que me dirigió el Ayuntamiento de la villa de la Nava del Rey, y teniendo en consideración la importancia y desarrollo creciente de la misma, vengo en concederla el título de Ciudad. Dado en Palacio a 7 de Diciembre de 1877.”
Se puede decir que éste es el último gran logro que alcanzó la localidad a lo largo de su rica, fecunda y dilatada historia. Camino de los ciento veinticinco años desde que el monarca “restaurador” la hiciese tal gracia, motivada, como él mismo expone en su Real Decreto, por “la importancia y desarrollo creciente”. No se equivocaba en este dictamen ya que de sobra son conocidas las virtudes y fama que alcanzaron los vinos de su terrazgo, no ya sólo en esos momentos finales del siglo XIX, sino a través de su reconocida presencia en lejanos mercados constatada como mínimo al albor de las ferias internacionales de Medina del Campo de comienzos del siglo XVI.
El vino, el trigo, la cebada, cultivos clásicos en la Meseta, son los que proporcionaron riqueza durante la difícil Edad Moderna castellana a esta localidad. Ahora bien, si la importancia de unos pueblos respecto a otros hoy en día se mide mucho más en términos económicos, los valores predominantes siglos atrás, sin olvidar dichos fundamentos, se medían bajo otro prisma.
Dentro de una sociedad fuertemente sacralizada, donde los valores religiosos de un modo continuo se imbricaban con los valores sociales o económicos, el hecho de poder costear y mantener los grandiosos templos, así como poder contratar a los mejores artistas para su realización, suponía uno de los principales “problemas sociales”. Ya se sabe, si en Medina del Campo o en Alaejos o en cualquier otra cercana localidad podían hacer sombra con alguna iglesia o alguna escultura de las del propio pueblo, esto se convertía -y se refleja en nuestros días-, en un problema a resolver. Lástima que no hubiesen tenido más disputas por superar a las tallas de las localidades vecinas ya que de ser así ahora seríamos nosotros quienes nos beneficiásemos de todo ese patrimonio histórico y cultural. Prueba de todo ello es lo que acontece con la expresión artística de la Semana Santa de Nava del Rey.
Aunque hoy no lo parezca, “La Nava” jugaba con ventaja en estos momentos cruciales de la Edad Moderna, ya que desde el declive del centro financiero de Medina del Campo, allá por la segunda mitad del siglo XVI, la localidad de la comarca que ocupará el lugar preponderante, al menos en términos demográficos -aspecto determinante-, será Nava del Rey. Claro exponente de este hecho es la escisión de la autoridad de Medina del Campo de varias localidades cercanas a esta última. Efectivamente, una de ellas será la de Nava del Rey hecho este que acontece en 1559. Desde ese momento, si no antes, el ascenso demográfico de esta última será el que marque la pauta de la comarca, reflejándose fielmente en los datos consignados para mediados del siglo XVIII en el Catastro de Ensenada o en 1787 en el denominado Censo de Floridablanca. Del primero se obtiene la clara idea de que Nava del Rey era una de las localidades -dentro del ámbito rural- más importantes de la meseta norte. Así, para todo el ámbito de la Corona de Castilla, en cuanto a volumen de población, Nava del Rey ocupa el puesto 117, siendo este dato aún más relevante por cuanto queda muy por encima de localidades con mayor nombre, como puedan ser Alcalá de Henares, Ávila, Béjar, Ciudad Rodrigo, Lugo, Orense o Soria.
Como no podía ser de otro modo, esto tiene un claro reflejo en las manifestaciones artísticas que se realizan en la localidad. Prueba de ello es que ya desde el siglo XVII cuentan para realizar los diversos retablos y tallas procesionales con los mejores y más afamados maestros: Gregorio Fernández, Francisco Alonso de los Ríos, Francisco Rincón, etc. Todos ellos nos han legado muestras de su arte, obras que por fortuna se pueden contemplar todos los días del año en la parroquia de los Santos Juanes y en las diversas ermitas, así como verlas engalanadas en los señeros días de Semana Santa, días para los que estas obras se realizaron y en los que lucen -y seguramente nos muestran-, la misma imagen que el primer día: el pueblo, en las calles de la localidad, contemplando con una mezcla de devoción y orgullo todas esas obras de arte que durante unos pocos días al año vuelven a recobrar todo su esplendor.
Ricardo Hernández García